lunes, marzo 14, 2005

Larisa II

Pese a un sobresaltado inicio, mi relación con Larisa marchó bastante bien, al grado de que menos después de tres meses de conocernos ya estábamos viviendo juntos... ¡Un momento! ¿Ésa es tu idea de que algo marche bien? Bueno, para mí, en ese momento, así era, en efecto, pues sentía que haberla conquistado satisfacía mis más arcaicos instintos de macho. Claro que no lo expresaba así en ese momento. Pero vayamos por partes.

En los primeros días de enero le pedí a Licha el teléfono de Larissa y ella me preguntó, inquieta, por las intenciones que yo tenía con ella. Le respondí con el clásico, "fines los que dios disponga"; ella se comprometió a consultar con Larisa si quería que yo tuviera su número y, días después, me lo dio. Así le hablé una tarde y quedamos de salir ese mismo día. Por ese tiempo se estaban poniendo de modo los antros instalados en casas viejas remozadas y yo había leído de uno que no quedaba lejos del periódico, allá por la colonia Juárez. Sin embargo, al llegar allí, como a las 8 de la noche, nos dijeron que ese día estaba cerrado y nos fuimos a un bar, también cerca de ahí.

Platicar con Larisa ya en plan de dos me impresionó gratamente. Al agrado de estar hablando ante una cara bonita se le sumaba el de descubrir su inteligencia y sus inquietudes. Y su empatía, claro, pues de algún modo sentía que me entendía perfectamente, aun antes de decirle yo nada. Esa noche nos despedimos con la promesa de volver a vernos pronto. Y así fue, en la siguiente semana nos vimos varias veces, fuimos al cine, a cenar crepas, al museo de Arte Moderno y a no recuerdo qué otras partes.

Pero un día, al llamarla para quedarnos de ver, me dijo que había surgido alguna complicación. No recuerdo qué me dijo en ese momento pero tiempo después me enteraría que dicha complicación era un aborto, ni más ni menos. Es decir, cuando yo la conocí, la mujer estaba embarazada del galán con el que andaba saliendo en ese tiempo. Y si había llegado sola a la reunión de fin de año en casa de Licha fue porque había reñido con él: él estaba casado y no quería asumir ninguna responsabilidad por el embarazo de ella. Se practicó el aborto y estuvo fuera de circulación como una semana, tiempo durante el cual, en mi ignorancia, yo no sabía ni qué pensar. ¿Por qué se había desaparecido si todo parecía funcionar tan bien?

Cuando volvimos a vernos, me dijo que había conseguido un excelente trabajo en Cancún y que se iría para allá a mediados de febrero. Estábamos en un piano bar de la Zona Rosa y, al escucharla, la música melancólica del piano me produjo una indescriptible sensación de fracaso. ¿Otra que se me va a Cancún? No pude dejar de pensar en Elvira, aquella inolvidable mujer que me enseñara el verdadero sentido del amor en mis mocedades, y que también me había sido arrebatada por las promesas de esa ciudad. Larisa, sin embargo, se encargó de disipar mis borrascas interiores: allí mismo me dio un beso tan apasionado que me apresuré a pedir la cuenta para regresarnos de inmediato a mi departamento. Con la obligada escala en la farmacia para comprar condones, a petición de ella.

Amanecer al día siguiente con ella a mi lado fue una experiencia de las más gratas. Y, como ella no tenía nada qué hacer, propuso quedarse en mi departamento, a esperar mi regreso del periódico en la noche. Encontrarla allí por la noche fue un placer que yo tenía años de no experimentar, un placer que había olvidado en los últimos años de mi matrimonio. No porque mi esposa no estuviera en casa cuando yo regresaba, sino porque eso no me producía ninguna emoción, debido al desgaste que había sufrido mi relación con ella.

El 14 de febrero fuimos a desayunar juntos a una fonda cercana y después ella se fue a su casa a preparar las maletas, pues en la tarde salía su vuelo a Cancún. La despedida para mí fue desgarradora, pues no tenía ni idea de cuánto tiempo estaríamos separados; ni siquiera si volveríamos a vernos. La realidad fue más amable: la separación duro cuatro semanas exactas. Y a su regreso, de plano se fue a instalar conmigo, pues al irse a Cancún había rentado su casa y literalmente no tenía a dónde llegar. Así empezó un amor eterno que duraría nueve meses.