Larisa III
Lo malo de la última vez es que nunca la disfrutamos como tal. Es decir, casi nunca tenemos la conciencia de que será la última vez al momento de vivirla. Y quizá por esa falta de cierre,por esa sensación de que nos faltó decir adiós, muchas veces queremos regresar aunque sea para echarnos la del estribo, por mucho que la razón nos aconseje lo contrario.
Sin embargo, con Larisa me pasó algo mixto: la última vez que la vi se estaba subiendo al taxi que la llevaría al aeropuerto, donde tomaría un vuelo a Bolivia. Ahí tenía pensado pasar mes y medio en casa de una amiga muy querida. En ese sentido, sí tuvimos una despedida, aunque ninguno de los dos pensara en esos momentos que fuera la definitiva.
Al ver alejarse el taxi, sólo agradecí que yo tuviera que irme a trabajar con lo que quedaba descartado acompañarla hasta el avión. Pero no se me ocurrió pensar que jamás la volvería a ver.
Pero además del alivio de no tener que echarme el penoso viaje al aeropuerto, sentí el de que ella no fuera a estar precisamente ese viernes por la noche. Era el 8 de diciembre y como celebración del fin de año, mis amigos y yo íbamos a tener una reunión en casa de uno de ellos. La consigna había sido que fuéramos sin pareja: no estaban permitidas esposas, amantes, amigas o, como era mi caso, concubinas. Y a Larissa no le hubiera caído en gracia que yo me fuera solo a “emborracharme con mis amigotes”.
Esta sensación de alivio, tendría que aclarar, no fue clara en ese momento. Simplemente me sentí más libre, sin comprender porqué. En todo caso, ese viernes pude estar muy a gusto con mis amigos de toda la vida. Como era de esperarse, la reunión acabó a las siete de la mañana y yo llegué muy tranquilo a mi casa, sabiendo que no habría nadie que me pusiera mala cara. Aunque ya había bastante material acumulado, faltaba algo que le diera coherencia y me explicara lo que yo estaba sintiendo. Ese “algo” estaba por ocurrir dos días más tarde.
1 Comentarios:
Cuentanos que es lo que pasó...
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